Desde tiempos inmemorables, la relatividad del universo ha incorporado en nuestro ser un punto de referencia y por consecuencia un rumbo, generando preguntas trascendentales como: ¿De dónde venimos? ¿Para dónde vamos? Pasando por el gran mar de dudas, donde flotan los ¿qué somos? ¿de qué estamos hechos? ¿Para dónde vamos? Etc… nuestro barco intelectual naufraga lentamente en las normas y protocolos socioeconómicos y nuestro capitán aún dormido en cubierta, se deja llevar a cualquier puerto y encallar en ideologías esclavizantes.
Nuestra alarma interior parpadea constantemente, indicando que algo no está bien, que no nos han dicho todo, que esta historia está incompleta, que hay algo más.
La naturaleza interrogativa del ser humano es quizá su mayor virtud y motor de acción, pues gracias a esta, hemos dejado de ser primates víctimas de los peligros de la naturaleza, a considerarnos la especie dominante, al menos de este planeta tierra y por nuestra evolución está bien (- Eso deseo creer.) sin embargo, existe esa parte de nuestro ser que nos obliga a aceptar nuestra fragmentación interna, esa tricomposición de lo que llamamos cuerpo, mente y espíritu, ese componente extrasensorial que nos insinúa que esta realidad es un delirio colectivo.
Y tiene tanto de verdad como de imaginación, pues la percepción de realidad depende específicamente de los sentidos y he aquí el problema pues tenemos lo siguiente:
- Nuestros oídos perciben sonidos entre 20Hz y 20kHz.
- Nuestro tacto solo puede tocar lo que este a su alcance que es básicamente una esfera de diámetro la distancia máxima entre tus dedos corazón.
- Nuestro gusto solo puede probar lo que la lengua puede tocar.
- Nuestro olfato se limita a lo que ingresa por nuestra nariz.
- Nuestros ojos solo ven reflejos de la luz desfragmentada en las tonalidades del arcoiris.
Todos los sentidos son limitados y decir que no hay nada más de lo que estos perciben, sería una testarudez, prueba de ello son los rayos infrarrojos y ultravioletas que no los vemos, pero ya aceptamos que existen y hemos aprendido a usarlos. Ahora como si no fuese suficiente con que son limitadas las percepciones, también tenemos que pueden ser alterables (alucinaciones, voces, fantasmas, esquizofrenia y cualquier cantidad de etiquetas ya aceptadas como alteraciones sensitivas desde la perspectiva psicológica).
Teniendo en cuenta todas estas condiciones “reales” de percepción… ¿Podemos confiar en la información que nuestro cerebro recibe?
Cuando giramos nuestra mirada hacia nuestro interior y contemplamos lo que somos, encontramos gran cantidad de patrones automáticos que rigen nuestro actuar y nos llevan como vehículo en piloto automático por las autopistas preestablecidas de la gran ciudad consumista. Los tarots, el zodiaco, la genética, la numerología, feng shui, el linaje, hasta el nombre trae características personales predeterminadas, todos estos preconceptos nos limitan y nos encarcelan en personalidades estándar aceptadas por común denominador social con frases como:
- Los nacidos bajo la constelación de tauro son necios.
- Los bautizados como Juan son galantes.
- Los nacidos en el año del tigre son aventureros.
- Los seres de dosha pitta se enojan fácilmente.
- Los de numerología 3 son inteligentes y de mente abierta.
- Etc…
Las etiquetas son innumerables y nos estandarizan, pero también nos enseñan de nuestra naturaleza trascendental, si nos des-identificamos de ellas encontraremos nuestra verdadera esencia.
No somos solo sangre, carne y hueso, también somos agua, fuego, aire, tierra, metal y madera, cada elemento dentro de nuestro sistema, cumple su función sincrónicamente, para mantenernos en equilibrio con nuestro entorno y moldea la percepción de realidad que construimos a diario.
Cuerpo
Sangre: Comunicación, interacción, transmisión. – 8 Líder: carácter fuerte, dureza, decisión, practicidad, tenacidad, energía, Castidad/Lujuria.
Carne: Adaptabilidad, mutación, cambio, flexibilidad – 7 Entusiasta: hedonismo, hiperactividad, narcicismo, excentricidad, templanza/Gula.
Hueso: sustento, soporte, seguridad – 3 Triunfador: trabajo, admiración, éxito, competitividad, pragmatismo, sencillez/Vanidad.
Mente
Agua: Emociones, sentimientos, fraternidad. – 2 Dador: Bondad, alegría, generosidad, humildad/Orgullo.
Fuego: Instintos, deseos, pasiones. – 1 Perfeccionista: auto-exigencia y auto-críticas, evolución, desarrollo, control, serenidad/Ira.
Aire: Pensamientos, ideas, palabras. – 6 El Leal: Inseguridad, ansiedad, autoconfianza, valentía/Miedo.
Espíritu
Tierra: Seguridad, estabilidad, solidez. – 5 Observador: independencia, objetividad, teorías, reservación, soledad, desapego/ Avaricia.
Metal: Templanza, valentía, decisión, Heroísmo. – 4 Personalista: egocentrismo, dramatismo, melancolía, sensibilidad, creatividad, admiración/Envidia.
Madera: Serenidad, Calma, conexión. – 9 Reformador: Sanación, armonía, comprensión, modestia, diligencia/Pereza.
Cada una de estas triadas constituyen el gran eneágono universal que desde hace más de 2500 años ha venido siendo estudiado y para el cual en la actualidad contamos con innumerables tratados conocidos como el eneagrama.
Traemos un software preestablecido que alteramos y modificamos para nuestra comodidad, somos un cúmulo de patrones y conductas aprendidas que han de regir nuestro actuar cotidiano, somos tantos conceptos combinados a la perfección que hemos perdido la idea de quienes en realidad somos.
Esto nos da argumentos suficientes para dudar de todo, incluso de lo que creemos que somos y empezar a construirnos de cero, dejar de lado todo aquello que dicen que somos, todas aquellas etiquetas sociales que definen un prototipo de persona y volver a ser humanidad, actuar movidos por la intuición, pues es esta la brújula que nos guía por el sendero del despertar de la conciencia y de la felicidad.
– MAESTRIA EN PSICOLOGIA HOLISTICA Y COACHING